miércoles, 25 de agosto de 2010

Modo singular



Llovía a cántaros y hacía bastante frío, así que decidimos entrar en aquel tugurio. Las paredes blancas y la potencia de la luz cenital me hicieron pensar en un hospital, mal presagio. No me gustan mucho los hospitales. Quiero decir que me tranquiliza saber que existen y que si alguna vez enfermo de verdad me meterán en uno de ellos, pero no me vuelve loco abrir la puerta de un bar y que aquello parezca una clínica.

El camarero parecía extremadamente atareado sacando los vasos de una palangana gigante de esas que se meten en los lavaplatos. Nos miró arqueando una ceja e hizo un gesto imperceptible señalando con la cabeza el fondo del local. No me había dado tiempo a quitarme ni la bufanda de lana ni el abrigo y sentí un escalofrío automático en la espalda, había empezado a sudar.

X y yo intercambiamos una sonrisa cómplice: había chicas. Lo que es más extraordinario: había chicas guapas. Reconocí una cara levemente conocida en un sofá de cuero negro que ocupaba un esquinazo. A su lado, una muchacha con peinado de actriz de los años 50 mascaba chicle con una frecuencia regular mientras hablaba de algún tema interesante. De vez en cuando, apartaba sus ojos de la cara-levemente-conocida y miraba hacia el otro lado del bar, sin dejar de charlar y sin parar de masticar el chicle. Hizo un pequeño globo de color rosa y se quitó con las manos los trocitos de sustancia indeterminada que se le habían quedado pegados a la boca.

Un tanto ajena a la conversación de su amiga, la chica con cara-levemente-conocida sonrió con timidez. Su pierna izquierda se movía espasmódicamente, golpeando la pata del sofá y denotando un poco de nerviosismo. Su labio superior parecía hacerse más fino con cada mueca. Al esbozar la sonrisa casi desapareció por completo.

Yo me dedicaba a luchar denodadamente con las diversas capas de ropa que me envolvían. Noté en mi mano izquierda el cosquilleo agradable de los flecos de la bufanda de cuadros escoceses. Mientras, con la derecha trataba de sacar los botones de sus respectivos hojales, que parecían más pequeños de lo normal. La música cesó por un momento y nuestras miradas se cruzaron. Ella sabía quién era yo y yo quién era ella.

-¿A que te ha dado un pequeño ataque al corazón? -X interrumpió con su voz risueña la extraña paz que reinaba en aquel instante-.
-Sí, reconocí.

Y era verdad.

3 comentarios:

Una dijo...

¿Quiénes érais? no nos dejes con la intriga

Madrilenials dijo...

¿Nos cuentas un poquito más?

Losbichos

Australia dijo...

Sí, cuenta otro poquito, comenzaré a seguirte, me gusta tu blog.